EL HOMBRE
HOMBRE HACE ESCUELA
En la adolescencia la necesidad de pertenecer a un grupo se vuelve
primordial debido a la soledad en la que nos encontramos luego de decirles no a
nuestros padres. Desde que nacemos vivimos en una familia que nos contiene.
Carecemos de contenido propio más allá del familiar. Es en la adolescencia
cuando renegamos de ese acogedor colectivo llamado familia y lo hacemos
gritando: “¡Yo no soy ese nosotros, yo soy yo!”. Negamos todo lo otro que no
sea yo para poder definirnos como individuos. De esta forma es que terminamos
en una soledad exquisitamente aterradora. Necesitamos volver a construir un
colectivo que nos acoja, que nos salve de esta soledad. Pero esta vez el
colectivo estará constituido por sujetos individuales que intentan abrirse
caminos autónomos. En la adolescencia la pertenencia al grupo es una cuestión
casi de vida o muerte. La mirada del otro se vuelve, de este modo, fundamental.
Si observamos esta dinámica desde una perspectiva de género podemos notar
que la conquista como logro viril, activo y osado, y que representa como
ninguna otra cosa el mandato social masculino, se torna para los varones un
factor central en esta búsqueda de pertenencia grupal. Encarar de manera
exitosa otorga, así, la tranquilidad de pertenecer al selecto grupo de los ganadores.
El hombre-hombre hace escuela y se asegura un futuro de promisoria hegemonía
sobre las otras múltiples maneras de ser varón.
Como cada vez es más frecuente ver a las mujeres cumpliendo este rol de
conquistadoras, se plantea el interrogante sobre cómo se vislumbra la
construcción del estereotipo de masculinidad en los jóvenes. Si encarar ya no
es exclusivo del macho, ¿estamos en presencia de una generación de varones que
no les importa cumplir un rol pasivo? ¿Ya no se demanda el control sobre el cuerpo
femenino? ¿Es una generación de varones antipatriarcales?
La respuesta claramente es no. El fenomenal proceso de empoderamiento
femenino que se viene desarrollando en los últimos tiempos todavía no tiene un
acompañamiento revolucionario (absolutamente necesario) por parte de sus
compañeros varones.
Es más, podemos pensar que la acción progresiva de las mujeres encuentra su
reacción en otras formas de control. El varón sigue teniendo que demostrar ante
los otros que él es hombre de verdad a pesar de que la mujer lo haya primereado
en la conquista, aún necesita demostrar su capacidad de dominio.
Esto hace que los varones tengan que buscar esa aprobación de pertenencia a
la masculinidad en otras formas de control sobre el cuerpo femenino, acentuando
la exposición de la intimidad, los celos posesivos o la promiscuidad jactada.
La adolescencia puede volverse, así, un lugar donde la violencia de género
tenga la forma del control agobiante o la humillación pública.
* Politólogo, docente y miembro de “Plan A” Colectivo Interdisciplinario de
Género.
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